Lo que nos indigna no es que haya perdido Hillary; es que ha ganado Trump y le han salido gratis sus humillaciones a la mujer.

Lo que nos indigna no es que haya perdido Hillary; es que ha ganado Trump y le han salido gratis sus humillaciones a la mujer.

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Lo que nos indigna no es que haya perdido Hillary; es que ha ganado Trump y le han salido gratis sus humillaciones a la mujer.

Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos de América y Hillary Clinton la gran derrotada de la carrera electoral del 2016. Todas las predicciones fallaron y habrá que esperar todavía unos años (quién sabe cuántos) para que una mujer sea presidenta de la nación más poderosa del planeta. ¿Lo habría conseguido Hillary si fuera un hombre? ¿Hay todavía un techo de cristal que impide a las mujeres acceder a los puestos más altos de la política mundial? ¿O el sexismo es aun más grave que todo eso?

Se pueden buscar muchas razones a la derrota de Hillary Clinton: una mala planificación geográfica de la campaña electoral (no olvidemos que ganó en número de votos, pero ha sido el reparto de votos electorales por estados lo que la ha apartado de la presidencia); el escándalo de los emails y la implicación del FBI en las últimas semanas de campaña; la vinculación excesiva de su imagen con un establishment que tiene muy cabreada a la sociedad americana... Pero la gran pregunta es: ¿ha influido que sea mujer en su derrota?

Dudo que un porcentaje significativo de la población de Estados Unidos pronunciara el pasado día 8 la frase «Yo a Hillary no la voto por ser mujer». Ni durante la campaña electoral. Algunos habrá, claro, pero no creo que los suficientes como para decantar los votos electorales de un solo estado en favor de Trump.

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La diferencia de porcentaje entre jefes de estado o de gobierno hombres y mujeres sigue siendo escandalosa, y algunos otros datos no invitan demasiado al optimismo: solo el 20% de los miembros del Congreso y el Senado americano son mujeres; países como España, China, Suecia, Italia o los propios Estados Unidos nunca han tenido una mujer al frente de sus gobiernos...

Pero unas cuantas mujeres han alcanzado la primera línea política en sus países sin que se hayan alzado voces significativas contra ellas por su sexo: Angela Merkel en Alemania, Theresa May en la Gran Bretaña conservadora postBrexit, Michelle Bachelet en Chile... Y hace ya muchos años que Margaret Thatcher lo logró, también en el Reino Unido, o Benazir Bhutto en Pakistán.

Todas ellas rompieron el techo de cristal. No hay techo de cristal. Las mujeres hemos conseguido la igualdad de facto en política. ¿Sí? ¿De verdad? ¿Y si la campaña electoral americana de 2016 ha demostrado que el problema real es muchísimo más grave que un techo de cristal?

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Donald Trump ha puesto de relieve algo que algunos queríamos creer que ya no ocurría. Que el sexismo, baboso y tabernario por momentos, sale gratis en política. Y, si sale gratis en política, ¿en qué ámbito no saldrá gratis? Y en Estados Unidos, nada más y nada menos, el país que inventó y llevó a su máximo esplendor el concepto de corrección política. El país en el que no hay negros, sino afroamericanos. El país en el que no hay indios, sino nativos americanos. El país en el que no hay blancos, sino ciudadanos de origen caucásico. En ese país se puede decir que a una mujer la hay que agarrar por el coño (sí, tal cual) y ser elegido rey del mundo presidente.

Donald Trump no es solo machista. También ha demostrado ser racista, desde los prejuicios mostrados hacia los inmigrantes mexicanos hasta esa idea peregrina del muro. No hemos tenido oportunidad de verlo enfrentarse a un candidato, por ejemplo, afroamericano. Imaginemos, por ejemplo, que se enfrentara a Obama en la campaña y que el objetivo de sus ataques fuera la población afroamericana. Imaginemos que le llamara, al final de un debate, «negro asqueroso» (recordemos su nasty woman) o que se descubrieran unas grabaciones suyas en las que dijera que a los negros se les agarra por el pene.

No creo que hubiera llegado a presidente. Es más, es posible que estuviera en los juzgados en lugar de eligiendo corbata para su toma de posesión.

No, por desgracia, no creo que el techo de cristal haya sido lo que ha metido a Donald Trump en la Casa Blanca. Creo que es algo bastante más grave. Mucho más grave. Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca con un mensaje alto y claro: humillar, vejar, insultar, menospreciar y sexualizar a las mujeres sale gratis. O, mejor dicho, viene con premio. El premio de convertirse en el hombre más poderoso del planeta.

Imágenes | Gtresonline.

En Trendencias | Las 5 cosas que Trump ha prometido hacer y que preocupan (y mucho) a las mujeres feministas americanas

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Ig Tre

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